Hoy deseo abordar el simbolismo que encierran dos herramientas de Aprendiz: por un lado el Mazo y por otro el Cincel. Son herramientas que en un lenguaje masónico representan la fuerza y la voluntad.
Hablamos de unas herramientas sin las cuales cualquier individuo no alcanzará su pleno y óptimo desarrollo–por mucho potencial que albergue en su interior-.
El mazo se asocia con la fuerza bruta de carácter físico. Una confusión -fácil de producirse- para cualquier persona que no persigue interiorizar un concepto de la fuerza como sinónimo de desarrollo. Pero... ¿qué es el desarrollo sin una dirección clara? ¿De qué sirve desarrollarse sin un control claro de que queremos alcanzar con ese desarrollo?. Muchas veces escuchamos a algunos economistas hablar de crecer ad infinitum pero no acaba de quedar demasiado claro cual es el fin último de ese crecimiento y aún menos con que medios conseguiremos ese crecimiento o desarrollo.
Llegados aquí es cuando aparece en escena el Cincel, que simboliza la voluntad. El Cincel y el Mazo, la fuerza y la voluntad, no son elementos sustitutivos, son elementos complementarios. El uno sin el otro hace carecer a ambos sin sentido de forma individual.
La fuerza sin control ha demostrado ser una herramienta peligrosa o incluso inútil. De este modo, el cincel, se convierte en uno de los elementos más importantes del taller. Permite que los golpes del martillo tengan un objetivo claro y hacer que esta fuerza se ejerza en la dirección y en el sentido correcto. Así pues, el Cincel ennoblecería los fines del mazo.
Es por ello que debemos establecer un binomio entre fuerza-voluntad. La fuerza permite desarrollar lo que nos propongamos y la voluntad. permite darle forma. Podríamos hablar entonces de fuerza de voluntad. Dentro del simbolismo, el cincel permite dirigir de forma certera los golpes del mazo para desbastar la piedra bruta y convertirla en un sillar que encaje en el muro que forma la sociedad.
Este binomio, la fuerza de voluntad, es el que nos ha llevado hasta aquí. Intentar ser mejores personas con los recursos endógenos de los que disponemos. Demostrar una voluntad para ser mejores.
Pero no solo ser mejores para nosotros mismos. Sino que se trata de ser mejores para crear un mundo mejor para todos. Un mundo en el que ese edificio social que trata de construir la masonería especulativa refuerce la fraternidad entre las personas sin recabar en su credo religioso, origen racial, preferencias sexuales o cualquier otra circunstancia personal. Como he dicho, buscar que cada sillar encaje en la obra.
El edificio social sobre el que vivimos no se construye individualmente, necesita de la colaboración desinteresada de mucha gente. Somos una comunidad que, con todas nuestras bonitas diferencias, nos necesitamos y nuestra historia ha demostrado que los individualismos solo han conducido a situaciones de máxima deconstrucción del proyecto colectivo que representa la masonería.
Finalmente podemos parafrasear al Barón de Kelvin cuando afirmaba que lo que no se podía medir no se podía mejorar y lo que no se podía mejorar se degradaría siempre. Si lo trasladamos a este taller necesitamos saber cuando podemos discernir con claridad lo que es la mejora y la degradación.