domingo, 7 de diciembre de 2025

Caminando entre tinieblas

 


Así es como describiría tanto el día de mi nacimiento como el camino llevado en mi vida profana hasta ese momento.

Entre tinieblas se produjo mi primer paso en el Templo, siempre de la mano de un Hermano. De rodillas y semidesnudo —no solo en cuerpo, sino también en certezas— entré al Templo.

Una línea de pensamiento no cesaba de fluír en mi mente. No podía alejar mi raciocinio de la belleza de lo fraternal. Depositar tu plena confianza en tus queridos hermanos, de los que aún desconoces su rostro, pero que sabes que hay algo profunde que os une, a pesar de aún desconocer el qué. Que el primer paso que emprendí ese día me lleve a obtener respuesta.

Durante el arduo camino que transité durante mi nacimiento me encontraba abrumado, no cejaba en la busqueda de significados o simbolísmos más allá de los que ante mi se exponían en las pruebas a las que me vi sometido. Siendo el momento en el que me vi a mi mismo reflejado ante aquel espejo que asumí que la ignorancia me asola.

Un largo camino en la búsqueda de la luz se abre en mi horizonte, un camino que tendré la suerte de compartir con todos vosotros mis QQ:.HH:.

Matthaeus, A:.M:.

En el Umbral del Interregno: Hegemonía, Caos y el Nacimiento de un Nuevo Orden Mundial

Quiero traer ante vosotros una reflexión sobre la realidad en la que vivimpos y para ello necesito hablaros del concepto de hegemonía, derivado del griego antiguo hēgemonía, alude al liderazgo o predominio ejercido por un actor político, económico o militar sobre otros. En el ámbito de las relaciones internacionales, un hegemón es aquel Estado capaz de establecer las normas del sistema, garantizar su cumplimiento y proporcionar bienes públicos globales como la seguridad, la estabilidad financiera o el acceso al comercio. A lo largo de la historia, han existido diversas hegemonías regionales o globales: Atenas durante el siglo V a.C. en el mundo helénico, el Imperio romano en el Mediterráneo, la monarquía hispánica en los siglos XVI y XVII, el Imperio británico en el siglo XIX y, más recientemente, Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. La hegemonía no se expresa únicamente en términos de poder material, sino también mediante la capacidad de articular un orden aceptado por otros actores, como señala Antonio Gramsci al desarrollar la noción de hegemonía cultural.

La coyuntura internacional actual refleja una profunda reconfiguración de las estructuras de poder global que se consolidaron tras la Segunda Guerra Mundial. Lo que durante décadas fue una hegemonía indiscutible de Estados Unidos se enfrenta hoy a múltiples desafíos que, sin constituir aún una sustitución definitiva, evidencian una transformación estructural del sistema internacional. La multiplicación de focos de conflicto bélico, la fragmentación del multilateralismo, la rivalidad económica entre bloques y el resurgimiento de potencias emergentes configuran un escenario en el que los equilibrios anteriores se disuelven sin que emerjan, por ahora, nuevas reglas claras que los sustituyan. Este fenómeno puede analizarse a la luz de la teoría de la estabilidad hegemónica, formulada por Robert Gilpin, que señala la dependencia del orden internacional respecto de un liderazgo claro y efectivo. 

El conflicto entre Rusia y Ucrania ha puesto de manifiesto no solo el resurgimiento de una guerra interestatal en suelo europeo, sino también la crisis del sistema de seguridad colectiva. Más allá de los objetivos geopolíticos de Moscú, la guerra constituye una declaración de principios: el rechazo frontal a la expansión de Occidente en la órbita postsoviética y la voluntad de redefinir los términos del orden internacional. En este contexto, La Unión Europea y Estados Unidos ha desempeñado un papel central como garante de la resistencia ucraniana, pero también ha revelado los límites de su influencia, en particular su capacidad para movilizar un consenso global fuera del espacio euroatlántico. El conflicto ha evidenciado una fragmentación de las alianzas en el Sur Global, donde el relato occidental no siempre encuentra acogida.

Paralelamente, el estallido de violencia en Gaza, tras los atentados de Hamás y la contundente respuesta israelí, ha vuelto a situar en el centro del tablero uno de los conflictos más prolongados y sensibles del sistema internacional que arranca con el final de la segunda guerra mundial. La intervención estadounidense en defensa de su aliado tradicional fue inmediata, pero también contribuyó a erosionar aún más su legitimidad como supuesto actor imparcial y defensor de los derechos humanos. Esta ambivalencia debilitó su posición en numerosos foros internacionales y acentuó el desencanto de amplios sectores de la opinión pública global.

La creciente tensión entre Israel e Irán se inscribe en este mismo marco de fragmentación del orden. A través de una compleja red de actores estatales y no estatales, ambos países libran una guerra indirecta que amenaza con desbordar las fronteras nacionales y regionales. La falta de una arquitectura de seguridad regional, unida al progresivo distanciamiento de Estados Unidos respecto a ciertos compromisos históricos, convierte este enfrentamiento en una de las principales amenazas a la estabilidad mundial.

Ahora bien, no son únicamente los conflictos armados los que impulsan esta transformación del sistema internacional. Las guerras comerciales, tecnológicas y financieras han sustituido en muchos casos al uso directo de la fuerza. Desde la administración Trump, y con continuidad bajo la presidencia de Biden, la política estadounidense hacia China ha oscilado entre el enfrentamiento económico, la restricción tecnológica y una estrategia de contención. La ruptura del consenso globalizador y la emergencia de una lógica de bloques —con sus respectivas esferas de influencia, sistemas de pago y cadenas de valor— marcan el tránsito hacia una nueva era de competencia estructural. La teoría del sistema-mundo, formulada por Immanuel Wallerstein, proporciona una lectura esclarecedora de este tránsito hacia un escenario multipolar.

En este contexto, la Unión Europea ha intentado consolidar una posición de autonomía estratégica, pero se enfrenta a serias limitaciones internas y a una dependencia estructural de Estados Unidos en materia de seguridad. Su incapacidad para articular una política exterior común, la ausencia de una defensa europea efectiva, las divergencias entre sus Estados miembros en cuestiones estratégicas fundamentales y la falta de un liderazgo político cohesionado comprometen cualquier aspiración a constituirse como potencia hegemónica global. Además, el desequilibrio entre su peso económico y su voluntad política impide que la UE ejerza una influencia proporcional a su potencial. Las tensiones internas —como el Brexit, el auge de fuerzas euroescépticas o el cuestionamiento de los valores democráticos en algunos países miembros— debilitan su coherencia institucional y su credibilidad externa. Estructuralmente, la Unión Europea continúa siendo una unión híbrida, más orientada hacia la gobernanza tecnocrática y la integración económica que hacia la proyección geoestratégica internacional.

El bloque BRICS, por su parte, ha ganado dinamismo con la incorporación de nuevos miembros y con la propuesta de un orden alternativo menos centrado en Occidente. Aunque su cohesión interna es limitada, representa la voluntad de una parte creciente del mundo de redefinir las reglas del juego.

En el trasfondo de estos procesos subyace una cuestión clave: ¿estamos presenciando el ocaso del imperio estadounidense? Si bien el poder relativo de Estados Unidos sigue siendo significativo —en los ámbitos militar, tecnológico, financiero y cultural—, su primacía ya no es incuestionable. Existen síntomas evidentes de declive: polarización política interna, descrédito de las instituciones democráticas, endeudamiento estructural, pérdida de prestigio internacional y agotamiento del modelo neoliberal de globalización. Este proceso no implica necesariamente una sustitución inmediata por parte de otra potencia, pero sí abre un escenario caracterizado por la incertidumbre y la erosión de los mecanismos tradicionales de gobernanza global. Esta situación puede interpretarse desde la teoría del sistema-mundo, que señala cómo los ciclos hegemónicos están sujetos a crisis estructurales que anuncian transiciones casi siempre traumaticas.

La historia ofrece lecciones valiosas. El Imperio español, tras un siglo de hegemonía, colapsó por una combinación de sobreexpansión, rigidez institucional y bancarrota fiscal. Francia, a pesar de su ambición napoleónica, no logró consolidar un orden duradero, siendo víctima de su incapacidad para institucionalizar su liderazgo continental. El Imperio británico experimentó una decadencia más progresiva, condicionada por el desgaste derivado de las guerras mundiales y por la emergencia de nuevas potencias industriales. En todos estos casos, la clave del colapso no fue únicamente el debilitamiento del poder material, sino la incapacidad para reformular una legitimidad duradera que cohesionase el sistema político y social bajo nuevas condiciones.

En el análisis de la situación actual, dos teorías pueden ofrecer un marco interpretativo complementario: la “trampa de Tucídides” y la “trampa de Kindleberger”. La primera, formulada a partir de los estudios de Graham Allison y basada en la observación clásica de Tucídides sobre la guerra del Peloponeso, sostiene que cuando una potencia emergente amenaza con desplazar a una dominante, la probabilidad de un conflicto se incrementa dramáticamente. Esta tensión se hace visible hoy, de una forma evidente, en la rivalidad entre Estados Unidos y China, que supera el plano económico y alcanza dimensiones tecnológicas, ideológicas y geoestratégicas. La segunda, postulada por Charles Kindleberger, plantea que el orden internacional requiere de un hegemón dispuesto y capaz de proporcionar bienes públicos globales —como la estabilidad financiera o las normas de comercio—; cuando este liderazgo desaparece sin que otro actor lo sustituya, el sistema entra en una fase de caos estructural.

Mientras Estados Unidos parece estar retirándose gradualmente de su papel tradicional, China aún no ha demostrado una voluntad inequívoca de asumir ese rol. La combinación de ambas trampas sugiere una transición tumultosa: el vacío de liderazgo se une a una competencia creciente, generando un entorno de disfuncionalidad sistémica marcado por conflictos regionales, descoordinación institucional y desconfianza recíproca.

Frente a este panorama, la pregunta crucial es si el sistema internacional se encamina hacia una transición hegemónica organizada o hacia un vacío de poder prolongado. La primera posibilidad requeriría una arquitectura multilateral reformada, capaz de integrar a las potencias emergentes en un marco institucional legítimo y eficaz. La segunda augura un periodo de confrontación prolongada y fragmentación normativa, con reminiscencias del escenario que precedió a las grandes guerras del siglo XX. La evidencia actual parece inclinarse hacia la segunda hipótesis: los mecanismos internacionales existentes carecen de la eficacia y la legitimidad necesarias para encauzar una transformación ordenada del sistema. El liderazgo estadounidense, aunque erosionado, conserva capacidades estructurales significativas. Su red de alianzas, su capacidad de innovación, su peso en las finanzas globales y su influencia cultural pudieron haber sido factores determinantes. La clave, sin embargo, radica en la orientación política interna que adopte el país en los próximos años. Maquiavelo advertía que los Estados exitosos son aquellos que saben adaptarse a los cambios de fortuna, combinando virtud y previsión. En este sentido, resulta inquietante observar cómo las políticas impulsadas por la administración Trump —caracterizadas por una revisión hostil del multilateralismo, una política económica errática en materia de comercio y aranceles, el cuestionamiento de las alianzas tradicionales y una afinidad ideológica con movimientos autoritarios de extrema derecha— han socavado gravemente la credibilidad internacional de Estados Unidos. Lejos de revertir el recorrido por la senda de la decadencia, estas acciones acelerara la desconfianza global y la pérdida de autoridad política y simbólica de los Estados Unidos. Estamos ante el declive de un hegemón que conduce a su ocaso, ante el comienzo de un interregno que parece sumir al mundo en un futuro incierto tras el que se atisva un nuevo orden mundial que se aleja más y más de los principios que todos nosotros consideramos irrenunciables.

Y, despues de este análisis de la realidad actual, ¿qué postura debemos tomar, individualmente como miembros de nuestra Aug:.Or:. y como colectivo desde el punto de vista de la Masonería Universal?¿cómo trasladar los principios y valores éticos que representamos y hemos jurado defender para que ese nuevo orden mundial implique una realidad más justa y equitativa?

Robespierre, M:.M:.

viernes, 5 de diciembre de 2025

Forjando el Tiempo: Virtud, Trabajo y Reflexión en la Simbólica Masónica


Toda herramienta es un medio que nos acerca a un fin, en este caso, la regla de 24 pulgadas sirvió a los operativos para tomar medidas y planificar con rigurosidad el planteamiento de sus obras. Nosotros los especulativos hacemos uso de estos instrumentos de la misma manera pero en un plano diferente, lo que permite que lo material se convierta en símbolo, adquiriendo asi, trascendencia en nuestra dimensión, para que mediante la reflexión, vuelva a convertirse en herramienta.

La regla de 24 pulgadas pasa así de medir espacio a medir tiempo.

Por un lado el número 24, coincide con la rotación de la Tierra sobre su propio eje, es decir, el ciclo que comúnmente conocemos como día, y nos sugiere la necesidad de una administración consciente del tiempo. Por otro lado, los masones dividimos simbólicamente estas horas en tres partes iguales: ocho horas para el trabajo, ocho para el descanso y ocho para la reflexión y la ayuda al prójimo.

La noción de ordenar la vida en base a la regla de 24 pulgadas, nos remite a la ética aristotélica, donde la virtud reside en la mesura. Aristóteles, en su "Ética a Nicómaco", habla de la importancia de la moderación en la búsqueda de la eudaimonía, es decir, la felicidad como fin último del ser humano. La regla en su división del tiempo, encarna este principio al evitar tanto el exceso como la carencia en cualquier aspecto de la vida.

El concepto de mesura y disciplina que esta herramienta representa encuentra un eco en el estoicismo de Séneca, quien en su obra "De la brevedad de la vida" advierte que "no es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho". La regla de 24 pulgadas nos insta a emplear el tiempo con mesura, evitando los vicios, como la procrastinación y la falta de rumbo.

Por otro lado, este símbolo dio pie a movimientos laborales que permitieron victorias como la jornada laboral de ocho horas, que hoy consideramos un derecho fundamental, una lucha de la clase obrera durante la Revolución Industrial, influenciada en parte por ideas de la ilustración de esta nuestra orden e instrumentada mediante libre-asociación de los trabajadores.

Para concluir, me gustaría parafrasear a Marco Aurelio, el cual anotó en sus meditaciones: "el tiempo es como un río, lo que ves pasar no volverá jamás". Cada momento malgastado es un tributo entregado al olvido. El sabio no procrastina, ni es esclavo del azar, sino un creador; uno que, consciente de la fragilidad de su tiempo, memento mori, aprovecha cada momento para el bien, la razón y el deber. No es la falta de tiempo lo que apremia al mortal, sino su mal uso. Que hoy, pues, se convierta en el inicio forjar coronas para la virtud y cadenas para nuestros vicios.

Lathomus, A∴M∴


jueves, 4 de diciembre de 2025

Do Cadro Lóxico á Praza Pública: A resposta masónica á intolerancia na era dixital

 


A tolerancia, como virtude social e filosófica, foi un piar fundamental no desenvolvimiento das democracias modernas. Este concepto, tan defendido por Voltaire durante a Ilustración, está intrinsecamente ligado aos principios de liberdade, igualdade e fraternidade que guiaron tanto este movemento filosófico como a masonería. Porén, nun contexto contemporáneo onde rexorden movementos autoritarios e se cuestionan as liberdades individuais e colectivas, é necesario repensar o papel da masonería e reflexionar sobre como estas ideas poden guiar a nosa resposta fronte aos desafíos actuais.

A Ilustración, como movemento intelectual do século XVIII, propugnou a razón, a liberdade de pensamento e a igualdade entre os seres humanos. Estes principios son plenamente coincidentes cos da masonería e forman parte inherente da súa filosofía e prácticas. A liberdade, como dereito fundamental, é o alicerce sobre o cal se constrúe a tolerancia: aceptar as ideas e crenzas dos demais require un entorno no que cada individuo sexa libre de expresar os seus pensamentos. A igualdade establece que todos os individuos teñen o mesmo valor intrínseco, independentemente das súa diferenzas culturais, relixiosas ou ideolóxicas. Finalmente, a fraternidade impulsa un sentido de solidariedade e comprensión mutua, valores esenciais para a convivencia pacífica.

Voltaire, no seu "Tratado sobre a Tolerancia", sinalou que o fanatismo e a intolerancia son inimigos da humanidade e que só mediante a razón e a xustiza pode acadarse unha sociedade máis harmoniosa. Outros pensadores tamén contribuíron a esta visión: John Locke, en "Carta sobre a Tolerancia", defendeu a separación entre a relixión e o estado, argumentando que a fe é unha cuestión de conciencia individual. Kant sostivo que debemos tratar a cada persoa como un fin en si mesma, promovendo así o respecto mutuo e a dignidade inherente a cada individuo. Aristóteles, dende unha perspectiva clásica, na "Ética Nicomaquea" suxire que a virtude se atopa no xusto medio, suxerindo que a tolerancia require equilibrio entre a aceptación e o rexeitamento do que ameaza o ben común. O catalán Xaime Balmes, pola súa banda, mantivo que a tolerancia debe entenderse como unha virtude práctica, baseada no respecto mutuo e no diálogo, sempre subordinada á procura da verdade.

Para Baruch Spinoza, a tolerancia era un compoñente esencial da liberdade, pois só nunha sociedade onde se permita a diversidade de pensamento e expresión pode haber harmonía. Advertiu que as paixóns humanas, como o odio e o medo, son obstáculos para a convivencia e que só a razón pode superalos, xerando un espazo de tolerancia xenuína. O Aquinate salientou que a tolerancia debe ser exercida con prudencia, distinguindo entre os actos que poden ser permitidos en aras da paz social e aqueles que, pola súa natureza, atentan contra o ben común. Finalmente, John Rawls en "Teoría da Xustiza" salientou a importancia dun consenso entrecruzado en sociedades pluralistas, onde a tolerancia é fundamental para garantir a estabilidade e a xustiza.

A masonería, ao longo da súa historia, foi un baluarte na defensa das liberdades individuais e colectivas. En momentos críticos, os seus membros promoveron reformas democráticas, o laicismo ou os dereitos humanos. Neste senso, non debe interpretarse como unha "cova de magos", senón como un espazo onde se cultiva e fomenta o pensamento crítico e os valores cívicos. A súa misión educativa e filosófica busca formar cidadáns responsables e comprometidos co progreso colectivo. Así, a masonería non debe ser un espazo de mero ritualismo ou simbolismo esotérico, senón unha verdadeira escola de democracia.

O escocismo, como unha corrente profundamente filosófica dentro da masonería, fomenta a formación de cidadáns comprometidos cos valores da democracia, da xustiza e da tolerancia, permitindo que a sociedade mellores a través do desenvolvemento ético e moral dos seus individuos. Ao inculcar estes valores, a masonería pode actuar como unha ferramenta poderosa para combater a ignorancia, o fanatismo e a intolerancia que ameazan a nosa sociedade. Mediante o diálogo, a reflexión e a aprendizaxe continua, os masóns son chamados a mellorar non só as súa propias vidas, senón tamén a das súa comunidades. Este enfoque é vital nunha era onde as democracias enfrontan ameazas tanto internas como externas. O obxectivo dunha Loxa debe ser a formación filosófica dos seus membros, para que interiorices estes valores e os proxecten activamente. Nas circunstancias actuais, a masonería pode e debe actuar como un espazo onde se cultive o pensamento crítico, o compromiso cívico e o respecto á diversidade, e onde a censura sería o peor dos pecados.

O ascenso de opcións políticas intolerantes e totalitarias, xa sexan neofascista, comunista ou calquera outro pelaxe, é unha das preocupacións máis urxentes. Estas correntes aliméntanse do medo, da desinformación e da polarización social, promovendo un discurso que busca dividir e debilitar os nosos valores. O discurso de odio ás minorías, a negación do pluralismo e os ataques ás institucións democráticas son características comúns destas forzas. No seu ensaio "Fascismo eterno", Umberto Eco identificou actitudes como o rexeitamento á diversidade, o medo á diferenza e a promoción dunha única forma de pensar, que desgraciadamente se atopan nalgúns dirixentes actuais. Karl Popper, en “Sociedades abertas e os seus inimigos”, suscita un dilema: “A tolerancia ilimitada leva á desaparición da tolerancia. Se estendemos a tolerancia a aqueles que son intolerantes, [...] os tolerantes serán destruídos, e con eles a tolerancia". Éste é relevante no contexto actual, onde os movementos intolerantes utilizan as liberdades democráticas para erosionalas desde dentro.

Neste contexto, debemos afrontar un problema que agrava a situación: a realidade dunha sociedade hiperconectada a través de Internet. As redes sociais asumiron un papel central nestas dinámicas ao converterse nun terreo fértil para a difusión de noticias falsas e discursos de odio. O anonimato e a rapidez coa que se difunde o contido nestas plataformas permitiu que actores mal intencionados manipulen a información para os seus propios fins. Isto non só debilita o debate público, senón que fomenta un ambiente onde a intolerancia e o fanatismo prosperan sen control, creando un caldo de cultivo perfecto para o auxe do totalitarismo como un dos principais motores da polarización da sociedade.

A masonería, como defensora da tolerancia e coa súa tradición de reflexión crítica, ten o deber de contrarrestar estas tendencias mediante a educación e a difusión dun discurso baseado na verdade, no respecto e na racionalidade. É fundamental que actuemos condenando e tomando medidas contundentes contra a palabra que menoscaba a diversidade e a liberdade de pensamento, preservando así os nosos principios. Pero non nos enganemos, a resposta ao florecemento do neofascismo, non pode limitarse á denuncia ou á protesta. Esixe unha acción activa que inclúa a educación en valores democráticos, o fomento do pensamento crítico e o fortalecemento de todas as institucións democráticas. A masonería, como espazo de reflexión e acción, debe proporcionar un lugar seguro onde se realicen estes obxectivos e onde o noso traballo se traduza na procura efectiva dunha sociedade máis xusta e equitativa.

Ademais, a masonería debe empregar a súa influencia, se aínda a ten, para tender pontes dentro e fóra da masonería entre distintos sectores da sociedade, promovendo o diálogo como ferramenta fundamental para superar a polarización. Nun mundo cada vez máis interconectado, e ao mesmo tempo máis desprovisto de pensamento crítico, é fundamental combater os intentos de restrinxir liberdades e dereitos mediante estratexias que inclúan tanto a acción local, desde as Loxas, como a cooperación global, a través da Masonería Universal.

Irmáns, a tolerancia, como ensinou Voltaire, é o fundamento dunha sociedade xusta e harmónica. Nun momento onde rexorden actitudes totalitarias é imperativo que a masonería e outros actores sociais con un espírito semellante asuman un papel activo na defensa das liberdades e a promoción de diálogos construtivos. Só asumindo este compromiso poderá asegurarse un futuro onde o legado da Ilustración, do que somos case os únicos depositarios, prevaleza sobre a intolerancia e o autoritarismo.


Nota: Este trazado de arquitectura foi publicado en El Oriente , organo da Gran Loxa de España, baixo o título "A Masonería fronte a realizade actual" e constitue a primera publicación neste xornal en galego.

lunes, 1 de diciembre de 2025

La Ciencia como camino hacia la Verdad y el Progreso

 

No hay duda de que lo que hoy la ciencia ha explicado, han sido considerado en el pasado o incluso en el presente por el hombre como esotérico. Sin ir más lejos, la propia estructura del universo o la teoría de la evolución, hasta no hace mucho tiempo, representaban una incógnita tras la que se escondía la voluntad divina. Sin embargo, hoy en día la física avanza hacia una teoría unificadora de campos, la química es capaz de trasformar la materia (el viejo sueño de la Alquimia y la búsqueda de la piedra filosofal), la biología desentraña los secretos de la vida y de la muerte (basando sus teorías en el azar y la necesidad) y la medicina ha alargado la vida hasta cotas impensables a principios del siglo pasado.

Los hitos de la ciencia nos han cambiado, a pesar de que cosas como la naturaleza cuántica de la materia no parezca influir en el día a día del individuo… y esto ha ocurrido soterradamente durante todo el devenir de la historia del hombre. Por ejemplo, la revolución Copernicana, que modificó nuestra noción de la estructura del universo, provocó también un cambio paradigmático del ser humano. El triunfo del heliocentrismo sobre el geocentrismo dio lugar a una revolución cultural que culminó con el final del teocentrismo para que el hombre por fin se fijase en el propio hombre, lo que representó el advenimiento de la modernidad.

Las aportaciones de Cajal, de cuyo laurel científico ya se ha cumplido un centenario, y el posterior desarrollo de las neurociencias provocaron que el concepto tradicional de alma deba ser revisado, muy a pesar de la opinión de la religión dominante en occidente, tomada del platonismo y del pensamiento pitagórico (no en vano la trinidad y el Tetraktos son representados por el mismo polígono regular).

Estos dos ejemplos nos hacen pensar que la ciencia no es algo ajeno al hombre, y que por lo tanto el científico no se ajusta al arquetipo tópico de que se encuentra desconectado de la realidad y de espaldas a la al mundo, cultivando su jardín tras altos muros. Cada uno de los grandes cambios en el pensamiento humano y en la evolución social del hombre se puede contrastar con las distintas revoluciones científicas que han tenido lugar a lo largo de la historia de la humanidad.

Ciencia es conocimiento, conocimiento es desarrollo, desarrollo es progreso y progreso es modernidad. Enfrentar la realidad con espíritu científico debe implicar la pretensión de conocer la verdad (o una porción de esta), de forma clara y distinta… y la negación de esta posibilidad es cerrarse a la esperanza de saber.

En este sentido, la idea de iluminar a la humanidad a través de la sabiduría y de la virtud, a fin de que logre su felicidad, principios que nos mueves, pasan, sin lugar a duda por el desentrañar los secretos de lo macroscópico y de lo microscópico… escudriñar el universo en busca de la evidencia… y con ella explicar el hecho. Este viaje apasionante debe consistir en la transformación del mito en evidencia y de lo esotérico en ciencia, desentrañando enigmas que deben convertirse en explicaciones científicas.

Robespierre, M:.M:.